
Muchas veces damos por sentado que quienes hacen o dicen cosas que nos duelen son «malas personas» que «quieren hacernos daño», y surge en nuestro interior un impulso de atacar o manipular para librarnos de esa persona o de esa situación. Así, levantamos muros con los ladrillos que hemos recibido de nuestra educación y cultura: juicios, castigos, etiquetas, culpar, acusar, exigir, manipular…
En la mayoría de los casos, eso no nos hace sentir mejor ni ayuda a transformar la situación, pero es lo primero que se nos ocurre hacer. Es lo que hemos aprendido. Afortunadamente, todas las personas sabemos lo que favorece el acercamiento, lo que nos ayuda a entendernos y a encontrar soluciones inclusivas: la escucha, la atención, la honestidad, el cuidado. Así, cuando nos comunicamos, y en especial cuando estamos en medio de un conflicto o situación difícil, tenemos la oportunidad de elegir qué queremos construir: ¿un muro o un puente? Si usamos esos viejos ladrillos heredados de una cultura autoritaria, probablemente el muro se vaya haciendo más alto y más grueso.
Lo primero que podemos hacer es poner en duda que esa persona que ha hecho algo que nos ha dolido o perjudicado sea un ser malvado cuya misión en la vida es fastidiarnos. Todas las personas hacemos y decimos cosas que duelen a otras. La CNV nos dice que la cosa no va de «malos» contra «buenos», sino de seres humanos haciendo lo que podemos para procurarnos bienestar y avanzar en nuestra vida.
Si vemos la vida como una competición en la que unas personas ganan y otras pierden –y las que pierden se quedan fuera–, naturalmente querremos ganar y haremos lo que sea para lograrlo. Si empezamos a ver la vida como un viaje que compartimos, podemos preguntarnos qué queremos aportar nosotros o nosotras para que el recorrido sea más agradable y enriquecedor. Una de las claves está en ser conscientes de cuáles son nuestras verdaderas necesidades, tema que abordaremos ampliamente en este blog. ¡Hasta la próxima!

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